¿La muerte es ajena?
Anudemonos a la vivencia y no nos perdamos en el por qué que siempre hace olvidar la pregunta y el hallazgo.
Anudarnos al deseo, al color, al sueño, al detalle que hace la descripción de cada día, que nos hace caminar y no a lo que nos hace detenernos, que la muerte nos busque, mirarla de frente para que no se confunda; sin miedo pero nunca llamarla.
Inventar peligro en cada rostro sucio, como si fuera obligación que la muerte nos persiguiera, muertes ajenas que hacen propio el miedo y la desconfianza; anudarnos al gusto, que si la muerte llega, no nos encuentre esperándola.