Una ventana al viento
Regularmente no me interesa seguir conversando con quienes se mueren.
Y, en el primero de dos casos, no hay apego ni largas charlas en vida que se puedan postergar, existen los recuerdos y aunque difuminados, sostienen la certeza de una hija, la conversación surgió con la muerte.
Para reconciliarme con un pasado sin rescate e imposible corregir porque la muerte siempre llega en presente y muy a tiempo, me dio por soñar abrazos y sentirlos, otra manera de inventar; que quizá se vuelvan ciertos al despertar, otra manera de creer.
En mí, queda sin efecto la reflexión de Ricardo Bada que leí hoy en la mañana:
"El mejor homenaje a un muerto querido es seguir platicándole como si no se hubiese muerto".
"El mejor homenaje a un muerto querido es seguir platicándole como si no se hubiese muerto".
El segundo, todos los días me hace falta y, al no verlo, ni saber de él, me recuerda que la muerte es presente cuando se vuelve propia, y prefiero aceptar su partida sin engaño y colgar mi miedo de la fantasía para imaginarme dejar el mundo cuando suceda, que sucederá, tomada de la mano de quién mientras vivió fue mi afecto mas parecido a un hermano, lo que la ilusión o la imaginación me acercó, y, quiero caminar protegida con su compañía a ese mejor lugar donde los pocos muertos que no dejamos de amar por dejar de verlos, jamás regresan.
Postdata:
Si el amor inventado en las madrugadas insomnes de hace muchos años, llega a mí y nos acompañamos mientras nos visita la muerte, quiero la certeza jurídica que hace que la muerte nos pertenezca.
Vivirnos en vida y llorarnos muertos sin pedir prestados los restos, ni llorarnos lejos, ahogando el dolor en el deseo de matarnos muertos por heredarnos la vergüenza que otra persona reconozca, verifique y legalmente haga propio el deceso de un amor ajeno.
Las promesas como los pactos se cierran con un diamante y el compromiso en la enfermedad y la muerte con una verdad legal.
*Recuérdenme que les cuente dos casos verídicos que sustentan la postdata